ARTISTA DE TALLA UNIVERSAL
Por: Frank Rodríguez Viamonte
Cada febrero, la brisa marinera llega hasta la costa centro norte de Cuba con olor a arcilla, a madera, a música, y entonces se recuerda al artífice del cangrejo gigante que a la entrada de La Villa Blanca identifica a los pobladores de este puerto pesquero, se recuerda al creador de La Velocidad, Beata, Maternidad, se recuerda al trombonista de la Orquesta Municipal, al dos veces “Hijo Ilustre de Caibarién”.
A cada minuto resuena su nombre en portales, escuelas, en el corazón de su gente que no lo olvida; porque quedó para siempre en la memoria de los que gracias a él, para siempre llevan el sobrenombre de «cangrejeros».
«Florencio era una persona que inspiraba un respeto enorme en el plano personal, era una gente que hacía amigos, muchos amigos, y lo que más me llamó la atención de Florencio Gelabert fue el amor que sentía por La Villa Blanca», indicó Benito Carreras, investigador de temas locales en Caibarién, quien, muy joven, tuvo la oportunidad de conocer al artista.
Para Lilia Soto Cáceres, su viuda, fue «un hombre afable, muy educado, un arquetipo de hombre exagerado».
«Lo recuerdo como un loco apasionado, y enamorado de su pueblo Caibarién», señala Oneido Pérez-Borroto, amigo personal del escultor.
JUGANDO CON BARRO
Florencio Gelabert Pérez nació en tierra cangrejera el 23 de febrero de 1904. En la costa, recopilando piedras y caracolas descubrió aquella pasión gigante por el arte, y con latas y cordeles inventó su primer juguete que desplazaba orondo por la vía ferroviaria creyéndose un gran maquinista. Por ese entonces sobrevino el barro que bordeaba el camino de hierro y cobraron vida las primeras figuritas. Y en estos primeros años, llegó también la música…
«Estudió música en Caibarién con José María Montalván, y tocaba en la Banda de conciertos de Caibarién y en la de Remedios con Alejandro García Caturla», apuntó Lilia.
«Después, cuando fue para la Habana se incorpora a la Orquesta Filarmónica que dirigía Amadeo Roldán, y se hicieron grandes amigos», señaló Oneido Pérez-Borroto.
En 1928 matricula en la Escuela de San Alejandro, graduándose en el 1934 en la sección de dibujo, pintura y modelado.
«Estudiaba en Las Villas cuando se presentó un concurso de opción para entrar en San Alejandro y él se presentó… y se llevó el premio», asegura Lilia Soto.
En entrevista inédita, el propio Gelabert comentó a Ardelio Parrado Jiménez, realizador de sonido de Centro Norte Televisión, que para ir a Santa Clara, en su casa solo tenían 20 centavos que costaba el pasaje a la capital de la provincia y con eso se embarcó.
En Santa Clara, se presentó al concurso pero, como la beca no la otorgaban hasta el día siguiente, se vio en la necesidad de morar por una noche en el Parque Vidal.
«Me contó que cuando recibió la noticia, salió caminando y un camión lo recogió y la trajo de vuelta a su natal Caibarién», comenta Ardelio
«En casa, su madre preguntó que donde había pasado la noche y le dijo: “en casa de unos amigos, pero no te preocupes, tengo la beca”».
MI MUSA
Años más tarde, en 1938 el artista desempolva algunos ahorros y se lanza a la conquista de Europa, quince años después encuentra a su musa, Lilia Soto Cáceres con quien contrae matrimonio en 1956.
«Cuando yo dije que era novia de Florencio Gelabert me dijeron: “pero si puede ser tu abuelo”, me llevaba 20 años y ninguno de mis hermanos quería aquel noviazgo, y mi padre me abrazó y me dijo: “si lo quieres, yo te llevo al altar”» recuerda Lilia.
«Al año siguiente de nuestra boda lo llamaron para que hiciera una de sus más importantes creaciones, la trilogía del Hotel Riviera.»
Sobre su obra el propio artista expresó que cada escultura le traía un recuerdo, aunque fuese un soplo de algo lejano, los tiempos primeros, la creación en años no cómodos, las tareas de tamaño inesperado y una búsqueda constante de forma y contenido.
«En su pueblo natal dejó su huella artística mediante varios monumentos diseminados por el centro urbano y un poco más allá: —comenta Bertha Águila Guzmán, especialista principal del Museo Municipal— los monumentos a la Coronela del Ejército Libertador María Escobar Laredo y al General Antonio Maceo y Grajales, también el busto del fundador de la villa, Don Narciso José de Justa y Martínez y el monumento al doctor Alfredo Aguallo».
«El Cangrejo que nos identifica y está a la entrada de la ciudad —continúa la especialista— le fue encargado para la celebración de un caibarienense ausente en 1983.»
«Es de admirar que un hombre de 79 años de edad halla hecho ese Cangrejo. El amor fue quien lo inspiró, el que lo impulsó, quien lo hizo generar esa idea que la pudo llevar a feliz término», comentó Pérez-Borroto
«Florencio era una gente que quiso mucho a Caibarién, siempre, siempre en el lugar donde estuviera pensaba en su Caibarién», aseguró Benito Carreras.
Lilia Soto recuerda que «él adoraba ese pueblo, y el pueblo, la gente de su tierra también lo adoraba, ese pueblo era su vida.»
AGOSTO
Cuando parecía que el artífice llegaba hasta el cielo con su oficio, en aquel agosto terrible de 1995 el corazón le jugó una mala pasada.
«Le dio un dolor a media noche, cuando llegamos al Hospital Cardiovascular el médico dijo:” Cómo vive este hombre si tiene un corazón inmenso, demasiado grande, qué es esto, y con 91 años de edad”.»
«Entonces —continúa rememorando Lilia— él me dice bajito:” quiero morir en casa”, pero yo le respondí:”no mi vida, porque aquí van a hacer todo lo posible por salvar tu vida” y me dijo: “No, ya yo llegué a mi fin”.»
«Fuimos muy felices, un matrimonio muy feliz, (suspira) lo extraño mucho.»
La muerte nos arrancó a un artista de talla universal, a un eterno enamorado de su pueblo, de su gente, de sus calles, de sus obras. Un escultor capaz de sobrepasar los límites del retrato hacia la búsqueda de emociones humanas. Agosto le recuerda trabajando sin descanso en el cangrejo gigante que identifica a la villa de pescadores en que nació, le recuerda en su estudio modelando figuras hasta el cansancio, o sentado durante horas junto a su esposa, como tratando de retener el tiempo, el tiempo que lo hizo eterno y ahora, a cada instante evoca su presencia.
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